sábado, 3 de agosto de 2013

Ella ya no me quiere

"Ella ya no me quiere" fue todo lo que pensé y salí corriendo. Ella era mi mejor amiga de ese entonces, un lejano cuarto grado de la escuela primaria. No logro recordar los particulares, pero yo me había enterado de que yo ya no era su favorita, de que ese lazo eterno que vinculaba a las mejores amigas de la infancia, había desaparecido. Creo que venía con el corolario de que ya no se sentaría conmigo en clase o que no jugaría conmigo en los recreos.
Salí corriendo desde el fondo del patio hacia adentro del colegio (hace unas pocas noches, en sueños, recordé ese patio y unos pasillos internos más intrincados: en esencia, ese era el escenario). Pasé las baldosas grises que pertenecian a la parte descubierta, y llegué a los mosaicos color bordó del patio interno: al fondo, las puertas de los baños de niñas y niños, un bebedero de pulsador intrigante que sólo rara vez funcionaba. 
Los dos patios estaban separados por una puerta enorme, con hojas de metal que siempre estaban abiertas. Al pasar a la carrera al lado de una de ellas, sentí un golpe seco en el brazo izquierdo con un dolor que en seguida me subió por el cuello y me nubló la vista. Me desmayé.
Cuando volví en mí, sentía la misma desesperación, un dolor más moderado en el brazo y una terrible vergüenza por estar rodeada de maestras y alumnos.

Tal vez la desesperación infantil tenga una locación cercana a la contemplación fascinada de la que hablaba, atontado, Stendhal.



Estuche semejante al de una de las fotos escolares de la infancia.
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