Stendhal habla del amor en un ensayo interesantísimo. En él plantea que si se deja una rama seca y carente de todo atractivo durante unas semanas en una de las minas de sal de Salztburgo, al volver a recogerla aparecerá reluciente, enjoyada por los mínimos cristales traslúcidos de sal que se habrán depositado sobre ella. Tal es el proceso de cristalización también aplicable al amor.
La cristalización calca, entonces, ese procedimiento de la naturaleza y hace que el objeto amado sea descubierto en una inacabada serie de perfecciones. De la rama seca al diamante. De la persona que hasta hace poco tiempo resultaba desconocida, al único ser humano que sería capaz de completar a un corazón solitario, al alma gemela que comparte códigos y que es capaz de ser intérprete y traductora de los sentimientos del otro, la belleza inadvertida hasta ayer nomás porque te juro que nunca le había prestado atención...
El ensayo es más amplio y habla de los diferentes estadios del amor (pensar en, desear ser correspondido, dudar). Ortega y Gasset se ha encargado de hacerle más de una crítica, en un planteo razonable: llama la atención qué aplicable resulta para todos los casos de encuentro-automático-del-amor-de-la- vida. Su reflexión inicial es absolutamente criteriosa: eso no es amor.
Un ensayo que debería hablar del amor habla sólo del enamoramamiento, de algo epidérmico u hormonal. Stendhal no habla de responsabilidad, confianza, paciencia, entrega, respeto y todo el resto de los ingredientes necesarios para poder pasar de esa etapa de cristalización a comenzar a construir un verdadero vínculo con otro adulto. Encargarse de lo menos espectacular (tan respetable en Stendhal quien declaraba haberse desmayado por no soportar la contemplación de lo bello en su punto culminante), pero que también hace que no se quiera vivir sin quien acompaña en la vida. Aunque eso sería tema de otro tratado.