viernes, 27 de julio de 2012

Concéntrico

La rutina es una rueda, tal como la que simboliza a la Fortuna o como la del hámster que lo hace trotar incesantemente en la jaulita. Mixto de repetición que da seguridad y roca al hombro, así la siento. Me voy desperezando este viernes , muy atenta a que es viernes, porque de ahora en adelante los días van a tener su  nombre y sentido característico: aprovechar los sábados, que la última parte del domingo sea preparación para lo que vendrá (y siempre viene el lunes). El despertador, las cenas pautadas, los recorridos fijos, el vestuario ad hoc. No descubro la pólvora con esto que digo. Ni siquiera la sutil combinación que fabrica el agua tibia. Al menos por el momento, mi vida es esta sucesión de rutinas y ventanas que nos permiten irnos por un tiempo para vivir ese otro tiempo entre paréntesis. 
Saliendo de la Edad Media, esa rueda de la señora Fortuna (personificada, ella) planteaba la fugacidad de los bienes terrenales por la mutabilidad de la suerte: nunca se sabe hasta dónde girará la rueda, ni dónde caerá nuestra suerte.
Vuelvo a esa vida que se pauta, desde siempre, por el destino, y habitualmente, por los ritmos laborales. Tiranías de calibre variado, pero no menos meritorias de respeto, aunque hoy haya amigas, mellizos y cena deliciosa.

"Oh, Fortuna" edición paleográfica de Carmina Burana, Berlín

lunes, 16 de julio de 2012

Existencialismo, burguesía y otras perversiones


"Tal es el origen de la psicología intelectualista cuyo ejemplo más logrado está constituido por las obras de Proust. Como pederasta, Proust ha creído poder ayudarse con su experiencia homosexual cuando ha querido describir el amor de Swann por Odette; como burgués, presenta ese sentimiento de un burgués rico y ocioso por una mujer mantenida cual el prototipo del amor. Cree, pues, en la existencia de pasiones universales cuyo mecanismo no varía de modo sensible cuando se modifican los caracteres sexuales, la condición social, la nación o la época de los individuos que las experimentan. Después de haber "aislado" así esos afectos inmutables, podrá dedicarse a reducirlos a su vez a las partículas elementales."

Jean Paul Sartre, ¿Qué es la literatura?, Buenos Aires, Losada, 2008 (p.17)
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Este texto es síntoma de otros tiempos, pero es interesante ver cómo en el momento de establecer la ideología propia (ser escritor será función y compromiso social o no será) se señal al contrincante con las taras de la época.  Si bien el texto que presento es una traducción, resulta fiel al original francés.  Burgueses, escritores que no abrazaron la función social (porque también ellos eran síntoma de otros tiempos ya pasados). La homosexualidad como mejor bastión de la burguesía y el abuso sexual a niños como mejor práctica del homosexual. Ah, y la reducción al absurdo: el homosexual, en tanto burgués, es lo suficientemente estúpido para trasponer situaciones que parten del maldito uso de la psicología intelectualista.
Ya ir de la vida a la obra y de la elección sexual a la perversión sexual y de la condena moral a la valoración literaria es un camino estrecho y retorcido.
¿Dónde queda la conciencia del ser-en situación?
A veces los teóricos creen tener un no-dios aparte...


sábado, 14 de julio de 2012

Tres doscientos y dos seiscientos respectivamente

Los dos son larguísimos.
B. es el más chiquito y todavía está más colorado.
F es el que nació primero.
B. come más espaciado porque se duerme.
F. pasa de mano en mano porque parece más sólido.
Las dos mamás estuvieron juntas en el momento de que le hicieran la cesárea a una de ellas.
Una puso el cuerpo y la otra acompañó a F. al nacer, lo bañó y lo sostuvo mientras le tomaban la impresión de las plantitas del pie.
Los visitamos al cumplir las primeras 24 horas de nacidos
Los cuatro están perfectos en flamante familia.
Los bebés durmieron toda la noche pero las mamás no porque no podían dejar de mirarlos.
Hoy los conocimos.
Hoy, además, se cumplen dos años de que se aprobara la Ley de Matrimonio Igualitario en Argentina.

lunes, 2 de julio de 2012

Iban oscuras, bajo la noche solitaria

Ibant obscuri sola sub nocte per umbram / 
Iban oscuros a través de la sombra, bajo la noche solitaria
Virgilio, Eneida VI, 268

Adaptación, resignación no resultarían lo valores humanos más tentadores en el momento de hacer literatura. Menos si nos alejamos del realismo socialista. Pero Sara Waters ha recogido el guante y se encarga de iluminar una vez más la historia de la Londres bombardeada en Ronda Nocturna. Iluminar, decía a fuerza de metralla pero también con las linternas de las mujeres que deciden salir a recorrer la ciudad por la noche (y llegamos a Rembrand) porque ya se están muriendo de deseo y, en esa situación, qué importa si suena la sirena y las encuentra un bombardeo en plena calle. Cuando parece que ya nada importa, porque los años de guerra hicieron perder todas las ilusiones, surge el amor (o el deseo) y eso abre un paréntesis provisorio para la muerte, que es factible pero deberá esperar.


La novela está inteligentemente armada sobre la retrospección. Desde las consecuencias en 1947 las historias avanzan retrocediendo y explicando causalmente lo ya planteado. La segunda parte plantea la desazón de una guerra que parece eternizarse y normaliza el hecho de posponer la noción de peligro ante la comodidad (no abandonar las camas ante la inminencia del bombardeo de cada noche) pero jamás dejar la copia única del manuscrito valioso en casa al salir, adelantándose a la posibilidad de que un bombardeo lo destruya. La tercera parte se retrotrae a la sorpresa de 1941, donde ya la guerra ha tomado cuerpo pero continúa sorprendiendo.


Es un lugar común pensar en el deseo como salvación cuando todo está (o parece) perdido, pero Sarah Waters hace acopio de este material y ofrece, entre otras cosas una de las escenas más romáticas y delicadas que leí en los últimos años. Trascribo aquí las tribulaciones previas al encuentro decisivo:



"¿Qué había entre ellas? Habían tomado el té juntas aquel día, delante de la estación de Marylebone. después habían explorado aquella casa de Bryanston Square, prácticamente en silencio. Más tarde, se habían vuelto a ver y habían tomado una copa en un pub; y un día soleado, a la hora del almuerzo, habían ido a Regent's Park y se habían sentado a la orilla del lago...
Era todo lo que habían hecho y, sin embargo, a Helen le parecía que aquellos encuentros superficiales habían transformado ligeramente el mundo. Se sentía unida a Julia como por un hilo fino y tembloroso. Podría haber cerrado los ojos y, con la punta del dedo, tocar el punto exacto del pecho en que el hilo penetraba delicadamente en su corazón y lo tironeaba." (pág. 391)











Cuatro historias, no todas de impronta lesbiana en una novela que, lamentablemente, sólo nos ofrece 573 páginas en la edición de Anagrama.